Creció escuchando “sos la hija del pecado” hasta que una muerte desenterró la verdad

Pakita junto a su mamá

Pakita no había nacido en una familia de dinero pero era, a simple vista, una nena afortunada. Vivía con su familia en Curuzú Cuatiá, al sur de la provincia de Corrientes, y tenía un papá que era la envidia del resto. “Toto”, así lo llamaban, era ese hombre que se iba en bicicleta a la biblioteca del barrio y pasaba horas fotocopiando para ella los manuales del colegio cuando no había suficiente dinero para comprarlos.

La nena se sabía afortunada pero había cosas que no terminaba de entender. ¿Por qué la llamaban Pakita y no por alguno de sus tres nombres? ¿Por qué su abuela le repetía siempre la misma frase?

“Me decía ‘vos sos la hija del pecado’. Yo no entendía por qué me decía eso, ya era adolescente y seguía sin entenderlo. Y cuando le preguntaba a mi mamá, me contestaba: ‘No le des pelota’”, cuenta a Infobae Mirta Itatí Antonia Barozzi, alias Pakita, licenciada en Relaciones Públicas Internacionales y directora de su propio centro médico.

En familia: Pakita, sus padres y su hermana
En familia: Pakita, sus padres y su hermana

Había otro detalle en su biografía en el que reparó con conciencia plena a los 23 años, cuando viajó a estudiar a Buenos Aires y se inscribió en la universidad. Pakita llevaba en su documento el apellido de su mamá, como si hubiera sido hija de madre soltera. ¿Pero por qué, si ella tenía un papá?

“La cuestión es que, cuando me van a inscribir, salta que mi apellido había cambiado legalmente. Ahí me entero que Toto, mi papá, había hecho el trámite de reconocimiento, por lo que, legalmente, mi hermana y yo éramos sus hijas”.

Mirta había dejado de ser Pakita Centurión para ser Pakita Barozzi, la hija mayor de Pedro “Toto” Barozzi, ex jugador de San Lorenzo: el hombre al que los varones del pueblo todavía recuerdan como el DT de las inferiores que recorría en bicicleta las canchitas de Curuzú Cuatiá en busca de talentos.

“No había mucho más de que dudar, si él había ido a reconocerme con dos testigos como su hija biológica…”, sigue ella. La sospecha, igual, era una mosca molesta que iba y volvía del pasado.

Toto, en primer plano
Toto, en primer plano

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La distancia con sus padres le permitió hacer algunas averiguaciones. Pakita se había enterado de que tenía dos certificados de nacimiento, uno que decía que había nacido en 1976 y otro en 1978.

Sabía que, además, Toto, su papá había sido secuestrado y torturado durante la última dictadura militar. Lo sabía porque las torturas le habían dejado secuelas neurológicas graves; también porque era un tema de conversación recurrente en la familia: “El siempre me decía ‘Pakita, no los odies, hay que tratar de convertir el odio en amor”.

Así que frente a las dudas ella, obviamente, fue a golpear la puerta a Abuelas de Plaza de Mayo. “Me tomaron la muestra de ADN para ver si había sido una bebé apropiada”, avanza. “Pero el resultado fue un no”.

Durante los años que siguieron Pakita tuvo una buena vida aunque con una sensación física permanente : “Me sentía incompleta”, explica ahora. “Como que una parte de mí era yo, pero la otra parte de mí no, no era”.

Ella y Víctor, su marido, en su casamiento
Ella y Víctor, su marido, en su casamiento

Se puso en pareja y el tiempo siguió pasando, hasta que quedó embarazada de su primera hija. Ya tenía 38 cuando la necesidad de saber por qué la llamaban “la hija del pecado” volvió, y volvió con fuerza.

Un entierro y un desentierro

Las torturas que había sufrido “Toto” Barozzi durante la dictadura le habían dejado, entre otras secuelas neurológicas, “convulsiones permanentes. Y en marzo de este año tuvo un ACV detrás de otro, fueron siete en total”, lamenta ella.

“Él no había sido militante pero tenía un primo Montonero. Lo habían torturado durante dos días por portación de apellido”, recuerda. “Cacho” Barozzi, el primo del que habla Pakita, también fue secuestrado aunque corrió todavía peor suerte, porque luego fue asesinado.

Junto a sus hijas y Toto, su papá, cuando ya estaba mal de salud
Junto a sus hijas y Toto, su papá, cuando ya estaba mal de salud

La salud de Toto siempre había sido frágil pero fue recién hace ocho meses, cuando se dio cuenta de que la muerte lo estaba rodeando, que garabateó el nombre de ella en un papel.

“Ya estaba agonizando cuando mi mamá me pidió que viajara. Me dijo ‘te llama a vos’”, cuenta. Con la inminencia del final, Pakita llegó, le acarició la mano y le preguntó: ‘¿Qué pasa, papá?’. Y él sólo repitió una misma palabra:

“Perdoname, perdoname, perdoname”.

Pakita le juró que no había nada que perdonar, aunque lo cierto es que no sabía de qué hablaba.

Junto a su marido
Junto a su marido

“Le dije ‘papá, yo te agradezco por haber sido parte de mi vida, por haberme criado, educado y amado. Ahora descansá, andá tranquilo”, revive ella, con toda la angustia que le trae recodar la escena de la muerte.

“Dos semanas después entendí por qué él me pedía perdón”, interrumpe. “Para que nosotras no sufriéramos nos habían mentido toda la vida”.

Es que dos semanas después de la muerte de “Toto”, Olga, la madre de Pakita, escuchó por fin los ruegos de su hija y le dijo “está bien, te voy a contar”. Pakita ya tenía 45 años y, evidentemente, la muerte había logrado lo impensado: desenterrar el secreto.

“Y me cuenta: ‘Cuando yo era chica conocí a un muchacho que era de Chaco. Había venido a Curuzú Cuatiá a hacer el servicio militar, tenía 21 años. Nos pusimos de novios y seis meses después yo quedé embarazada de vos. Él se quedó un tiempo con nosotras, y cuando yo quedé embarazada de tu hermana, se fue. De un día para el otro se fue. Nos abandonó, las abandonó”, cuenta.

Ernesto se fue de sus vidas cuando la mamá de Pakita estaba embarazada (FOTO: archivo)
Ernesto se fue de sus vidas cuando la mamá de Pakita estaba embarazada (FOTO: archivo)

“Lo raro”, frena Pakita, “es que no me dijo por qué se había ido”.

Su mamá entonces -así siguió el relato- se fue con ella de 3 años y su hermana recién nacida en brazos y alquiló una casita donde vivir. Justo enfrente vivía “Toto”, el joven que se enamoró de esa mujer sola y se hizo cargo de las dos nenas.

Era la primera vez que Pakita escuchaba hablar de ese otro hombre -su papá biológico-, pero igual le dijo a su mamá: “Voy a buscarlo”.

No sólo quería encontrarlo para reconstruir sus pedazos: “También por mis hijas. Quería romper con todos esos patrones de nuestros ancestros, los secretos familiares. Le dije ‘mamá, yo quiero que mis hijas tengan la mochila lo más liviana posible. Porque todo eso enferma, pesa, y yo no les voy a dejar ese peso a ellas”.

A su mamá la idea no le encantó: “Hacé lo que quieras”, le dijo. Nadie sabe si por falta de memoria o para despistar, le dio un nombre equivocado: Néstor Argentino Suárez. Pakita subió su búsqueda en el grupo de Facebook “Donde estás?”, que ya tiene 876.000 integrantes, hasta que se dieron cuenta de un detalle: el primer nombre estaba mal, pero el segundo no.

Y el 21 de septiembre, solo dos meses después de la muerte de Toto, una administradora del grupo, Almudena León, le pasó el número de teléfono de un tal Ernesto Argentino Suárez. Había demasiadas coincidencias: era chaqueño, había hecho el servicio militar y vivía a dos horas de su casa.

“Y me empezó a mandar fotos. Hasta que me mandó una en la que está con una hija, y yo vi a esa chica y dije ‘por Dios, es igual a mí’”. Eran las 11 de la noche pero Pakita no se animó a llamar.

En su boda
En su boda

“A la mañana siguiente mi marido me dijo: ‘Lo llamo yo’. Yo temblaba, no había dormido. Le pregunto a mi hija de 10 años: ‘¿Y si me rechaza?’, y ella me responde: ‘Mamá, si te rechaza no importa porque ya sabés tu historia. Damos un paso al costado, enterramos el fantasma y seguimos’”.

Pakita entonces escuchó la voz de su marido: “Hola, ¿con Ernesto Argentino Suárez?”. Del otro lado le respondieron ‘sí’. El marido siguió: “Bueno, ¿qué tal? Le explico por qué lo llamo. Yo estoy casado con una mujer llamada Mirta Itatí Antonia….”.

Del otro lado del teléfono, escuchó el llanto. Cuando logró recuperarse, Ernesto dijo: “Es mi hija. No sabés los años que llevo buscándola”.

Pakita le preguntó a su marido con la mirada: “¿Es?” Su marido asintió. Llorando, le pidió que le pasara el teléfono.

“Y le dije ‘¿hola, papá?’. Como si lo conociera de siempre, como si esos 45 años no hubieran pasado”.

El otro papá

El reencuentro con su padre biológico
El reencuentro con su padre biológico

Después de ese llamado quedaron en verse. Pakita dijo “vamos nosotros”, porque quería estar segura de que, si sentía incómoda, podía huir. “Pero llegué a su casa, lo abracé y no sentí que era un desconocido. Fue como si volviera de un largo viaje”.

Ernesto estaba preocupado: “Siento que me estoy por sentar frente a un juez”, le confesó. “No”, le respondió ella. Yo creo que uno no puede pasar la vida mirando por el espejo retrovisor porque hacia adelante hay una vida y vas a chocar con todo. Podemos probar qué pasa entre nosotros, donde me lastimes doy un paso al costado”.

Pasara lo que pasara, Pakita ya conocía la verdad y había dejado de tener ese sentimiento de amputación que había arrastrado durante 45 años.

Pakita con su padre biológico Ernesto Argentino Suárez
Pakita con su padre biológico Ernesto Argentino Suárez

Su papá biológico le contó entonces “la otra campana”, la parte que le faltaba a la historia.

“Me contó que, cuando la conoció, mi mamá vivía con los padres. Que se pusieron de novios, nací yo, y volvió a quedar embarazada. Pero en esa casa había otros tres chicos. Él le preguntó si eran sus hijos y ella le dijo que no, que eran tres chicos que habían abandonado y que los criaba su familia”.

Esa era la orden que le habían dado los padres de esa jovencita en el campo: “Si conocés a un hombre para casarte no les digas que tenés otros hijos, los criamos nosotros”. La creencia de que, con tantos hijos, no la iba a querer nadie.

“Hasta que un día, una de las primas de mi mamá le dice a él: ‘Es mentira, sí son hijos de ella’. Entonces él se enojó y se fue”, sigue ella. “La verdad es que yo no lo justifico pero comprendo su reacción ante la mentira. ¿Enojo por habernos abandonado? No, no tengo. Mi otro papá ya me había enseñado a convertir el odio en amor”.

Su papá biológico le contó que se llamaba Mirta como la hermana de él, e Itatí por una ermita de esa virgen con la que se había topado justo antes de que ella naciera
Su papá biológico le contó que se llamaba Mirta como la hermana de él, e Itatí por una ermita de esa virgen con la que se había topado justo antes de que ella naciera

Ernesto se había dado cuenta de su error al poco tiempo y por eso había vuelto a Corrientes a buscarlas. “Pero no nos encontró por varias razones. Primero porque nos habíamos mudado; segundo porque a mí nadie me llamaba Mirta Itatí, todos me conocían como Pakita. Y tercero porque a nosotras nos dio el apellido nuestro otro papá, así que él buscaba a Mirta Suárez y yo era Pakita Barozzi”.

Su papá biológico le contó que se llamaba Mirta como la hermana de él, e Itatí por una ermita de esa virgen con la que se había topado justo antes de que ella naciera.

No fue a un hotel en ese viaje sino que se quedó en la casa de él. Volvieron a verse hace poco y pasaron en familia el fin de semana pasado. Es por esto que antes de empezar esta entrevista ella se presentó así: “Hola, soy Pakita, la chica de los dos papás”.

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