Energía

Igual me meto en camisa de once varas, pero tiendo a confiar poco o nada en personajes que han pasado la mayor parte de su vida profesional en la política y acaban en la empresa privada, especialmente si se trata de un lobby poderoso. Me refiero al vasco Josu Jon Imaz, que fue dirigente del PNV y ocupó gracias a su partido todos los puestos posibles, desde miembro de las juventudes y concejal a eurodiputado. Hoy es el flamante consejero delegado de Repsol con su sueldo que supera los cuatro millones de euros. Ante la crisis energética en la que nos ha metido la Unión Europea a causa del conflicto diplomático con Putin, Imaz propone que el viejo continente se case con Estados Unidos como principal proveedor de energía. Puede parecer una opción lógica, puesto que somos aliados en todo. Pero, ¿es Estados Unidos un productor suficientemente dotado como para mantener a flote nuestras necesidades?

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En gas sí, pero no en petróleo. El país de Donald Trump produce trece millones de barriles al día y consume veinte. Cada día. Es un gran país, con una enorme población adicta al consumo y con los carburantes baratos. Así que Washington se ve obligado a comprar petróleo fuera, tanto como siete millones de barriles diarios. Sus proveedores son Canadá, México, Arabia Saudita y Venezuela. Sí, su amigo Nicolás Maduro también le vende parte de su producción. Entonces, cuando Imaz nos anima a obtener energía de Estados Unidos, ¿exactamente qué quiere decir? Que le compremos gas. Tres veces más caro que el ruso, porque hay que traerlo desde allí licuado y volver a gasificarlo aquí. Son políticos y siempre tienen chanchullos. ¿No sería más fácil seguir comprando a Rusia y Argelia y dejarse de chorradas?

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