
Cometisteis el peor de los pecados, ser viejos en un mundo que niega el derecho a la dignidad y a la vida a quienes, como vosotras y vosotros, lo disteis todo por quienes venimos detrás. Cometisteis el peor de los delitos, no ser productivos para una sociedad que os considera una carga, un gasto inútil, superfluo e innecesario. Porque este mundo neoliberal de cañas y frutas no os quiere en él. Sois muy caros, sin vosotros pagaríamos menos impuestos, esa es su lógica, una lógica criminal y asesina que ni siquiera tiene el menor sentimiento de culpa por haberos arrebatado la vida. De todas formas, ibais a morir igual, ¿no? No, señora presidenta, no. Son muchas y diferentes las formas de morir. No es lo mismo morir solo que hacerlo rodeado de los tuyos, no es lo mismo morir atendido que hacerlo sin cuidados paliativos, no es lo mismo morir asustado que hacerlo sintiéndote amado. Pero hay algo mucho peor en lo que sus protocolos hicieron: decidir a quién se intentaba salvar y a quién no y, sobre todo, haberlo hecho no por consideraciones médicas, sino por crudas razones económicas. ¡Quien se lo pueda pagar, que viva! ¡Viva el neoliberalismo! ¡Paguemos menos impuestos! Y, como dijo una diputada de su partido en el Parlamento no hace tanto: ¡Que se jodan!
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