Y a izquierda afloja. Parece un chiste malo, de esos que cuentan en la barra del bar, pero no, resulta que tiene más sentido que lo de las manecillas del reloj o eso tan poético de la salida del Sol. Al menos, se memoriza con facilidad si uno piensa en política. ¡Ay, la política! Menos mal que hace calor, porque si no, te la encontrarías hasta en la sopa… de letras.
He decidido exiliarme. Políticamente hablando, claro. Porque uno ya tiene una edad y unas decepciones. ¿Quién iba a imaginar que un partido con tanta historia, tanta dignidad, tanta bandera ondeando al viento… acabaría oliendo tanto a podrido? Pero bueno, lo de siempre: los corruptos no son los partidos, son las personas. Pues sí, toda la razón.
Un día cualquiera. Estación de autobuses. Dos mujeres, la una aprieta y la otra afloja, matan el tiempo con entusiasmo de tertulianas. Una le susurra a la otra lo del día. Y la otra, que afloja, pero con fanatismo, le suelta un «¡Y los otros qué!». Que si causas pendientes, que si los jueces, que si la hemeroteca. Se abren las puertas del bus y la discusión hace parada.
Me pica la curiosidad, pero me resisto. Me siento lejos. Cambio de canal. Intentaré mirar el parque natural desde la ventana del autobús. Ver el mundo como turista. Observar es otra cosa. No es lo mismo que opinar.
Los márgenes ya están llenos. Ni siquiera ha llegado julio y estamos hasta los topes. El turismo nos está matando -a disgustos-. Nos está despojando de todo lo que no sabíamos que teníamos. Derechos, comodidades, plazas de aparcamiento. Pero claro, ¿qué haríamos sin el turismo? ¿Vivir mejor? Tal vez sí.
Un jubilado sin turistas sería feliz. Volvería a esa infancia que solo existe en las películas en blanco y negro. El médico tendría tiempo, el pan no sabría a plástico, y el profesional estaría al abasto. Pero es utopía. Una fantasía. Porque detrás del turismo, ¿qué hay? Silencio. Y no por misterio, sino porque nadie ha hecho nada. Nadie ha querido hacerlo. ¿Industria? ¿En serio? ¿Cuál? ¿La del souvenir?
La derecha aprieta. La izquierda afloja. Y mientras tanto, nos invaden por aire y mar. Unos llegan en jet privado y otros en low cost. Unos traen el Lamborghini y otros el chucho en una cesta de bici. Menorca no crece, ni decrece. Solo se reparte como una pizza familiar en una cena de veinte. Chalé, adosado, hotel, hamaca, autocaravana o furgoneta camper. ¿Proteger o destruir? That’s the question. Que cada uno elija su forma de destruir el paraíso.
En el fondo, Rufián va a tener razón. Hay cutres y hay premium. Los hay con clase y los hay con clase turista. Ni Més ni menys!
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