
Pues a mí siempre me ha gustado, esto de cambiar la hora. Y lo digo en pasado porque no sabemos si lo volveremos a hacer o si habrá sido la última vez. Cosas de los nuevos tiempos que, de repente, pasan a primer plano y a ser muy importantes, cuando antes se trataba de un gesto curioso sin más. Yo toda la vida he visto cambiar la hora en primavera y en otoño. Cada vez que ocurre este fenómeno me viene a la cabeza mi padre, profundamente concentrado, yendo de una habitación a otra poniendo en hora todos los relojes. Me parece que antes había más relojes: en casa, exceptuando los baños, había uno o más de uno en cada cuarto. Incluso en el pasillo teníamos un pequeño y excéntrico carillón de color rojo con incrustaciones doradas que daba todos los cuartos. Seguramente nos gustaba porque le teníamos cariño.
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