Veterinaria por vocación, Pons Barro dice «disfrutar mucho» de su trabajo, que desde hace lustros lleva a cabo en el Instituto de Investigación y Formación Agroalimentaria y Pesquera de Balears (Irfap), al que se incorporó proveniente de la asociación de criadores, en la que además impulsó la creación de la asociación de oveja menorquina.
¿Qué significa para usted este reconocimiento?
—Es muy grato recibir un premio por el trabajo realizado durante tantos años. Es el resultado de una labor en equipo, no solo mía. Muchas horas con ganaderos, menestrales, investigadores… y cuando trabajas en equipo, el resultado siempre es mejor. También supone una alegría en lo que respecta al entorno, puesto que estar muy implicada en lo profesional a veces motiva que dejes de lado cosas que también son importantes, como familia, amigos… Para ellos también es una ilusión, cuando ven que al menos existe una compensación.
Se la considera una figura clave en la veterinaria balear.
—Empecé cuando, por desgracia, no se había hecho casi nada para conservar las razas. Hemos evolucionado a medida que han ido evolucionando las nuevas estrategias de conservación. Y lo que antes salía con un periodo de producción intensiva y razas selectas, ha pasado a un ámbito totalmente diferente, como es la conservación de razas, de recursos y de proyectos más sostenibles. Al principio era un poco chocante para la sociedad. Hoy día está más normalizado hablar de conservación y de recuperación de razas.
¿Algún logro del que se sienta especialmente orgullosa?
—Hemos conseguido muchas cosas, pues antes había razas que no tenían ni asociación. Sí que hubo gente antes de mi que trabajó con las razas, que para mí han sido unos referentes, pero a nivel más individual. Nosotros, junto con las asociaciones, hemos desarrollado las estrategias de conservación, trabajando en la localización de animales, de explotaciones, haciendo registros y libros con información muy completa, lo que nos permite gestionar mucho mejor las poblaciones para evitar consanguinidad y el riesgo de extinción, y por otro lado favorece la producción, logrando animales mejorados dentro de su genética. Cuando en 1997 empezamos, muchas razas no tenían ni asociación, y solo había tres oficialmente catalogadas. Hoy tenemos quince razas autóctonas de ganado catalogadas, cinco caninas, trece agrupaciones raciales… Los números hablan por sí solos. Hay razas que están en los más alto en comparación a otras de índole nacional. Porque ha habido una evolución. Otro logro, y una garantía para la conservación de las razas, es el banco de germoplasma que hemos creado en el Irfap, un modo, de haber una catástrofe o un cambio climático, de poder recuperar las poblaciones y la biodiversidad genética.
¿Cómo valora el estado del sector primario en Menorca? ¿En qué se podría mejorar?
—Precisamente, trabajando en esas estrategias y mejorando esas producciones más cercanas. Es lo que ahora también demanda el consumidor; un respeto al medio, una producción más sostenible y un consumo local, de proximidad, pues queremos saber qué comemos.
¿El sector, está mejor o peor que hace veinte años?
—El sector agrario, en general, ha ido perdiendo. Se ha ido sustituyendo por el sector servicios y al ser Balears un sitio en que la ganadería no es prioritaria, lo notamos más. Se ha realizado una muy buena labor en cuanto a producciones lecheras y otras, pero ahora es un momento difícil, pues competir en un mercado tan globalizado como el actual, es muy complicado.
¿La reconversión de muchos llocs en agroturismos, a la larga puede ser perjudicial para el gremio, o el campo, por una cuestión de necesidad, siempre sobrevivirá?
—El campo siempre vivirá. Y lo que se buscan son fórmulas. Todos hemos tenido que afrontar procesos de adaptación, igual que las razas. Y ahora estamos en un momento así. Pero creo que es mejor tener una finca que se explote en un doble sentido en lugar de tenerla cerrada. El aspecto del campo, del bosque, es muy diferente en función de si se aprovecha o no.
Hace poco tuvo lugar el Foro Illa del Rei, que debatió la incursión francesa en la Isla. ¿Será un fenómeno positivo, también teniendo en cuenta que importan su visión y su modus operandi?
—Creo que sí es positivo. Sobre todo porque ha puesto en marcha una serie de actividades novedosas. El campo menorquín está en pleno proceso de reconversión, y necesitamos que haya un consumo. Es cierto que el consumidor local también está cambiando en sus gustos, pero el turismo sin duda es un plus. Si puedes ofrecer un producto que tiene una cierta demanda y está bien valorado, eso permite al ganadero cobrar un precio un poco más justo.