Clase media

Los que mandan en la política balear y en el negocio turístico se han paseado por la feria de Londres a la búsqueda de nuevos mercados. Saben lo que se juegan. Nuestra secular dependencia de alemanes y británicos empieza a ponerse en duda y las miles de camas hoteleras y asientos aéreos necesitan captar ocupantes de cualquier nacionalidad. Todos los candidatos son buenos. Por eso se habla ya de buscar en Estados Unidos, en Canadá, incluso en Oriente Medio, con la esperanza de que la clase media de esos lugares no esté en jaque, como ocurre en la vieja Europa. Son realidades que no queremos ver, porque no nos gustan. Sociedades envejecidas, derrotadas, con una juventud para la que reproducir el patrón que seguimos nosotros -y millones de nuestros ancestros- es ya imposible.

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Hubo una época, hace treinta años, en la que en cada plantilla laboral de cualquier empresa los embarazos se multiplicaban y suponían un reto para el empresario. Hoy ya no ocurre. La presencia de mujeres jóvenes es masiva en todas partes y, sin embargo, rara vez alguien da la buena noticia. La natalidad se ha ido al cuerno -casi solo tienen niños los inmigrantes-, al mismo ritmo que la clase media. Los salarios congelados durante tres décadas, la escalada imparable de precios y la precarización galopante del empleo dibujan un panorama preocupante. En la Europa más fría los tambores de guerra son ya insoportables, colocando a la gente en la senda de la depresión. El analista Marc Vidal hace un pronóstico alarmante: «La clase media europea, un pilar para el turismo español, envejece, recorta pensiones y vende sus propiedades en la costa mediterránea, una tendencia que se está generalizando». Si es así, estamos apañados.

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