Entre los beneficios de la contención destaca la reducción de la masificación en puntos críticos como son Palma, Sóller o Formentor, lo que puede llegar a mejorar la experiencia tanto para residentes como para visitantes. También permite una gestión más sostenible del territorio y de los recursos hídricos, energéticos y de residuos. No obstante, las contras son evidentes: menor volumen de negocio para empresas turísticas (y administraciones), posible pérdida de competitividad frente a otros destinos y una presión añadida sobre el empleo, especialmente en una economía dependiente del turismo de masas.
La contención turística se ha solapado con el concepto de desestacionalización, que busca distribuir la actividad turística a lo largo del año para evitar picos de saturación en verano. Ambas estrategias comparten el objetivo de sostenibilidad, pero mientras la desestacionalización pretende mantener el volumen turístico anual, la contención busca reducirlo. En Mallorca, esto ha generado cierta confusión: ¿se quiere menos turismo o turismo mejor distribuido? En la práctica, muchas políticas de contención han frenado iniciativas de desestacionalización, como la promoción del turismo cultural o deportivo en temporada baja.
Uno de los efectos más visibles de la contención es su repercusión en el empleo. En Mallorca, casi todos los trabajadores del sector turístico son fijos discontinuos, una figura que permite contratos estables pero intermitentes, ligados a la temporada. La contención puede acortar estas temporadas, reduciendo los meses de actividad y, por tanto, los ingresos de estos trabajadores. Aunque algunos defienden que un turismo más cualitativo podría generar empleos más estables y mejor remunerados, la transición no es inmediata y muchos empleados se pueden ver atrapados en la incertidumbre de estar nadando entre dos aguas demasiado inestables.
La contención turística puede ser vista a priori con buenos ojos por los residentes, que ven reducida la presión sobre servicios públicos, vivienda y movilidad. También por sectores que apuestan por un turismo de calidad, como el agroturismo o el turismo cultural. En cambio, puede ser percibida como limitante y restrictiva por parte de la mayoría del sector de alojamiento, empresas de transporte y comercios orientados al turismo masivo. Además, plantea un reto político: cómo equilibrar los intereses económicos con los sociales y medioambientales sin caer en medidas simbólicas o poco efectivas. En este contexto, Mallorca sigue enfrentándose al reto de redefinir su modelo turístico sin perder su esencia ni su motor económico, o sea, nada nuevo bajo el sol.