Cuando llegue septiembre

«Cuando llegue septiembre» («Come September») es el título de una comedia romántica dirigida por Robert Mulligan en 1961, protagonizada por Rock Hudson, Gina Lollobrigida, Sandra Dee y Bobby Darin, quien además interpretó con su orquesta la canción homónima compuesta por él mismo junto con Hans J. Salter. La película narra las peripecias de un millonario que llega antes de lo previsto a su villa en Italia, descubriendo que ha sido convertida en hotel sin su permiso. Entre enredos amorosos y jóvenes huéspedes inesperados, se desarrolla una historia ligera con el encanto del Mediterráneo. Pero la comedia y la melodía ligera contrastan con el peso intrínseco de septiembre entre nosotros: es el mes en que la rutina escolar vuelve a marcar el ritmo de la vida para escolares y familias. En Balears, Infantil y Primaria arrancan el día 10, mientras que ESO y Bachillerato lo hacen el 15. La ratio ideal por aula se sitúa en torno a 20 alumnos. Sin embargo, en algunos centros de Secundaria y en determinados cursos o grupos todavía se acerca a la treintena. Un profesor, enfrentado a clases tan numerosas, no puede atender adecuadamente a cada estudiante. La obligatoriedad de la etapa y el paso de curso con asignaturas pendientes generan desinterés en parte del alumnado. A ello se suman los alumnos conflictivos, que a menudo frustran los esfuerzos del profesorado y de los estudiantes motivados.

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Tal vez habría que invertir más en Educación. En 2025, España ha elevado su gasto en Defensa hasta el 2% del PIB, cumpliendo así con los compromisos adquiridos con la OTAN. La inversión en Educación se sitúa en torno al 4,6% del PIB, una cifra que, aunque superior, sigue siendo insuficiente para garantizar una enseñanza pública de calidad. Según informes especializados, solo una parte del gasto en Defensa se traduce en capacidad operativa real, mientras que cada euro invertido en Educación repercute directamente en el desarrollo social, económico y democrático del país. Si hablamos de seguridad, conviene recordar que en caso de una guerra total —de la que hoy solo resuenan ecos lejanos, aunque inquietantes— nuestras islas iban a durar tan poco que la inversión en Defensa no nos garantizaría ni dos horas de seguridad. Dos horas contra toda una vida, la de nuestros hijos, porque lo que realmente nos protege no son los misiles ni los radares, sino una ciudadanía formada, crítica y cohesionada. La educación no es solo un derecho: es nuestra mejor defensa.

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