
Aparecen de repente, a veces cuando ya crees que no vendrán. Realmente el mundo no da muchas facilidades a nuestros hijos para que los traigan y pensar en el futuro que les aguarda es como para echarse a temblar. Esos seres diminutos entran en nuestras vidas como se debe hacer con las personas a las que queremos: sin pedir permiso. No saben pedirlo, ni falta que les hace. Saben, porque lo intuyen y lo sienten, que son lo que más ilusión nos puede hacer. En sus primeras semanas o meses nos dan clases magistrales de lo que es dormir de verdad. Se pasan el día durmiendo y, sin necesidad de decirnos o hacernos nada, ya nos han robado el corazón. Podemos pasarnos horas mirándolos dormir. Todo en ellos es paz y ternura, una paz y una ternura que hace muchos, muchos años que olvidamos.
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