Es domingo. No hoy, ni mañana, ni ayer. Es el domingo pasado, por la tarde concretamente. En ese ratito en el que el cielo de Mahón se tiñó de oro puro mientras caía el sol, y el cielo, además de una estampa preciosa, nos regaló un buen rato de lluvias fuertes y una colección de relámpagos más impresionante que los efectos especiales de la mejor película americana.
Como te digo, es un domingo de hacer poco o directamente no hacer nada. Y te pilla un conato de tormenta que, a estas alturas del año, ya no esperas porque sabes que está más cerca el verano que todo lo demás y, por lo tanto, el buen tiempo impera. Pero no, durante un rato la lógica se aparta y deja paso a una tormenta eléctrica con una intensidad tan alta que llega a ponerte en duda tu convencimiento de que no te dan miedo, o de que al menos lo superaste hace muchos años, cuando la vida te enseñó que hay cosas más importantes y peores a las que tenerle miedo.
Y a ti, ese simulacro de apocalipsis te pilla en el coche con una falsa sensación de seguridad de que dentro estás seguro y no te pasa nada, que puede llover lo que llueva fuera que en el interior estarás a salvo mientras los gotarrones golpean con una violencia inusual el parabrisas martilleando poco a poco esa sensación.
La estampa es preciosa, como no recuerdas haber visto nada igual. Te paras en un mirador cerca de casa y tienes la necesidad de sacar una foto que, ya lo sabes, quedará a años luz de la realidad, pero necesitas guardar esa imagen porque, con el paso de los años, puedes llegar a dudar de si fue real. Sales del coche, te mojas como si te estuviese cayendo una lluvia de puñetazos, de un agua fría que te asegura que no estás soñando. En cuestión de segundos acabas empapado, pero te da igual porque eres del tipo de personas que se sienten más vivos todavía con escenas como esta.
Y vuelves al coche, entras, te atusas el pelo y sonríes. La vida es preciosa, gracias a momentos como este. Tiene sus momentos de mierda, sin duda, y situaciones que te obligan a poner en duda todo lo que te rodea. Hay noticias malas, malísimas, tremendas y luego están las peores. Y a pesar de esas, encuentras un rato de paz en esas pequeñas cosas que te rodean y que de vez en cuando te sorprenden.
Decía una vez por aquí que «la vida no es esperar a que pare la lluvia, es aprender a caminar bajo la tormenta». Y en ello estamos, aprendiendo a mojarnos sabiendo que no vamos a secarnos, al menos no en algún tiempo. Y estos momentos de calma como el que te comparto, son auténtico oro. Como el color del cielo en ese rato de domingo.