Siempre ha habido prevención hacia los que manejaban los caudales comunes, pero en el momento presente con personas «pringadas» en los dos partidos mayoritarios (los minoritarios tienen menos oportunidades), ya no se trata de desconfianza, sino de evidencia. Ahora sabemos que meter la mano en la caja siempre resultará atractivo para los que la custodian, no como mera tentación, sino como una realidad tangible que golpea a los ciudadanos en los dos carrillos.
Es de supone que no resulta fácil hallarse sentado sobre los dineros y no sustraerlos con desenvoltura. El granuja siempre piensa que su habilidad vencerá a los guardianes: si se salva de los primeros embates, se atreverá a distraer cantidades mayores a medida que pasa el tiempo. Se dirán a sí mismos que no tiene mayor importancia distraer cantidades que no son de nadie en particular; que, si no se aprovecha él, otro lo hará… excusas para su proceder puede haber muchas y todas razonables para el que así decide comportarse. Cuando son increpados o detenidos ponen cara de sincera sorpresa, porque se creían intocables y pensaban que esas actuaciones no eran tan graves como les achacan sus adversarios.
Pero sí lo son. Causan indudable daño a los partidos y, lo que es peor, deterioran la confianza de la ciudadanía. A partir de ahí va a pensar que todos los políticos son iguales, que sólo acuden a los cargos para aprovecharse, y eso no es verdad. Un inmenso porcentaje buscan la manera de trabajar por el bien común. Lo harán mejor o peor, pero dedican horas y esfuerzos en labores de las que no obtienen un beneficio personal y de las que pueden recibir críticas y desplantes, porque ser equitativo y complacer a todos es casi imposible. Claro que puede haber equivocaciones, pero estas son ineludibles, aún actuando con honradez y voluntad de acertar. Bien distinta es la frivolidad o la desgana con la que algunos emprenden la tarea.
Los corruptos nunca actúan en solitario ni están nimbados por la oscuridad. A su alrededor se mueven muchos que son sabedores de lo que se está cociendo, pero callan y otorgan. No se atreven a plantar cara, esperan que les alcancen los beneficios o temen las represalias, porque ignoran en qué altura se halla la mano poderosa que mece la cuna. Están seguros de que hay fuerzas encumbradas que alientan y apartan los obstáculos: actúan con discreción y zorrería para que el escándalo no les salpique. Son culpables, en cualquier caso, porque están concernidos por un auténtico dilema. Si lo ignoraban, les afecta la responsabilidad por descuido. Si eran conocedores de lo que estaba ocurriendo, son cómplices del daño, aunque no se hayan beneficiado personalmente.
La justicia es lenta y el efecto ejemplarizante y disuasorio pocas veces se produce, porque es cosa de tiempos pasados y dirigentes caídos, porque ya han pagado por lo que tiempo atrás ocurrió. Otros vendrán a ocupar el puesto de aquellos corruptos y el ciclo se repetirá, en línea con lo que ha ocurrido siempre, porque no hay ninguna novedad en los casos presentes. En la política nacional, en los partidos políticos, existe toda una maraña de intereses y complicidades de lo que no es fácil desprenderse. Habría que aceptar que la naturaleza humana es así de enrevesada y hasta perversa. Aunque sea una conclusión sumamente pesimista, nunca acabaremos con los corruptos por más barreras que pongamos al extravío. Más vigilancia, quizás, pero en definitiva, ¿quién vigilará a los vigilantes?