El riesgo de crecer sin músculo

Tras la pandemia, Balears ha vuelto a crear empleo a un ritmo notable. El paro roza mínimos y muchos sectores operan con una sensación de ‘pleno empleo’. Para salvar la temporada o mantener el servicio, muchas empresas han relajado la exigencia de selección y formación. A corto plazo, esta estrategia funciona: permite abrir, atender y facturar. Pero a medio plazo encierra un riesgo macroeconómico serio: crecer en horas trabajadas, pero no en capacidad productiva. Y esto erosiona, y mucho, el crecimiento potencial, el techo de progreso y bienestar de Balears.

La teoría y la evidencia apuntan a un mismo mecanismo. Cuando el mercado laboral se tensiona —muchas vacantes por cada parado—, la curva de Beveridge se desplaza hacia la derecha: aumenta el desequilibrio entre puestos ofrecidos y capacidades disponibles. Si la respuesta de las empresas es bajar el listón —aceptar mayores desajustes de cualificación y recortar el tiempo de aprendizaje—, la eficiencia de emparejamiento empeora, la productividad por hora tiende a estancarse y el margen competitivo se fía al precio o al sobreesfuerzo. Lo que hoy es una solución de urgencia puede convertirse en una trampa de bajo rendimiento mañana. Este bucle tiene varias derivadas:

1) Presión de costes y precios. La escasez de mano de obra empuja salarios al alza, especialmente en perfiles operativos. En un tejido dominado por pymes con poco poder de negociación en la cadena de valor, el traslado a precios es la válvula natural. En servicios de alto contacto —hostelería, comercio, logística de última milla— esta traslación encarece el destino y erosiona competitividad si no va acompañada de saltos de productividad (digitalización, rediseño de procesos…).

2) Calidad y reputación. Rebajar exigencia de entrada y acortar la curva de aprendizaje impacta en la calidad percibida: más rotación, menor estandarización, más errores. A escala macro, se traduce en riesgo reputacional del destino y en menor capacidad de sostener precios altos por sofisticación. Cuando el precio sube más rápido que el valor, el diferencial competitivo se estrecha.

3) Inversión y composición del crecimiento. Si la solución a la escasez es sumar horas de trabajo, las empresas postergan decisiones de capitalización (automatización, software, I+D organizativa) que elevan productividad. El crecimiento se apoya entonces en factor trabajo en lugar de en productividad total de los factores. Es un sesgo cómodo en el corto plazo y costoso en el medio: perdemos tracción tecnológica y quedamos más expuestos a shocks de costes o demanda.

4) Vivienda y oferta laboral. El cuello de botella de la vivienda encarece la incorporación de trabajadores de fuera y restringe la oferta de trabajo. Aunque suban salarios, si el coste de vida y la disponibilidad residencial no acompañan, el mercado no se despeja. El resultado macro es persistencia de vacantes, servicios tensionados y presión inflacionaria local.

5) La especialización. Una economía muy expuesta a servicios presenciales y a la estacionalidad depende en exceso de picos de demanda. Si el músculo organizativo y tecnológico no crece, el pleno empleo se convierte en pleno agotamiento: mucha ocupación, baja productividad, salarios contenidos y estrés inflacionario.

El diagnóstico es claro: sin un cambio de base —del volumen a la complejidad—, el ciclo virtuoso se agota y la competitividad se resiente. Toca pasar del ‘pleno empleo’ aparente al ‘pleno rendimiento’. Un paso necesario para empujar, con fuerza, el techo de nuestra prosperidad.

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