«A menudo los hijos se nos parecen», canta Serrat, que en diez días volverá al Teatre Principal para satisfacción de sus vecinos de Maó. Y Lolita Flores, que desde bien pequeños hemos visto muy parecida a su madre, ha hecho lo que no pudo la Faraona en vida: hacer de Poncia, en una recreación de la obra de Lorca producida por el Teatro Español. 40 años después de que Lola confesara en la antigua Televisión Española la decepción que sentía por haber dejado escapar ese tren y 30 desde su fallecimiento, Lolita (González) Flores ha resarcido el lamento artístico de su madre e, interpretando a la criada de Bernarda Alba, se gana ovaciones diarias en los principales teatros de toda España.
Este fin de semana la gira hacía escala en Menorca y el Teatre Principal correspondió a la primera función con un lleno absoluto. Más de 800 personas con la mirada puesta en la única que asoma en el escenario, en monólogo contínuo, durante los 70 punzantes minutos de la obra.
Empieza en la sombra, tras las cortinas semitransparentes que actúan como único decorado, cobrando vida y color, según cambian los sentimientos de Poncia, que a veces son ira y dolor, otras fuego, otras mar. Y le llora a las cenizas de Adela, que caen del cielo imaginario del teatro. Los restos de «una hembra valiente». Un suicidio por un amor imposible y perseguido con Pepe el Romano que, dice, ha convertido la casa en «un convento de pena» en el que «el silencio es el único macho».
Un silencio que se adueñó, expectante, de todo el teatro. Solo quebrado por un teléfono móvil desobediente y la lluvia torrencial, perfectamente audible, que caía fuera y podía percibirse -como lágrimas- dentro.
La obra empezó con la protagonista detrás de una cortina. | Paco Sturla
El texto de Luis Luque está repleto de sentencias, que cobran aún más fuerza y dramatismo en boca de Poncia. «Ser mujer es el peor de los castigos», se lamenta, dolida, porque «el más triste de todos los sentimientos es tener la esperanza muerta». Y ante ella tiene los restos de Adela, la más joven y rebelde de los hijos de Bernarda Alba, la matriarca con la que interactúa, confidente, a dos voces, conforme avanza la obra. Siempre de negro, el luto de ocho años sin salir de casa que la madre impuso a todos sus habitantes.
Pero «las viejas vemos detrás de las paredes», y de los largos visillos, que por momentos representan el yugo del que finalmente se libera. Poncia acaba arremetiendo con rabia contra Martirio, la peor de las cuatro hijas, convertidas simbólicamente en vasos de leche a los que vocifera a un palmo de distancia sobre el escenario. Y ajusta cuentas y escupe al suelo en el que ahora está Bernarda Alba para sublevarse tras ejercer 30 años como su sirvienta. Y entonces reivindica su condición de mujer, sus recuerdos, sus sueños, sus deseos, para terminar expulsando todo el dolor que la oprime.
El público la ovacionó al final, de pie y durante largos minutos. El precio que tiene ser un rostro tan conocido. Y Lolita lo agradeció, con la mano y el puño en el corazón y repartiendo besos dirigidos a todos los palcos y el patio de butacas. «Es una barbaridad el regalo que el cielo me ha dado», comentó agradecida, citó a su familia mallorquina, bromeó con la tromba de agua caída durante la obra -«ya me veía haciendo de Poncia con el paraguas puesto»- y recordó su última actuación en el Principal cuando protagonizó la adaptación de ‘La Plaça del Diamant’ de Mercè Rodoreda. «Gràcies, gràcies, gràcies», se despidió. Ayer le esperaba otra cita, otro lleno, en el Teatre des Born de Ciutadella. Y Lola, orgullosa, mirando desde arriba a su hija y a «esos locos bajitos» que tanto la aplaudimos…
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Enlace de origen : El silencio que Lola siempre quiso haber pedido