El verbo creer

Creo esto, no creo esto otro. Así empiezan muchas frases, y la mayoría de los discursos. Creer es el verbo dominante, el más influyente en la vida de los seres humanos, que está en todas partes y afecta a la propia realidad. Nadie sabe cómo se maneja y se conjuga, ni de qué manera se ejecuta la acción de creer, pero este verbo irregular, que lo mismo puede ser transitivo que intransitivo, es más básico que haber y tener, incluso que el verbo ser, porque es posible ser sólo a veces, y aún esas veces, sólo lo que cada cual cree ser. Creer o no creer es la única cuestión. ¿Y por qué alguien cree esto o aquello, y no otra cosa? Porque sí. Creer no es saber, ni pensar, ni opinar, ni siquiera suponer, pero en el mundo no mandan los saberes ni las suposiciones, sino las creencias, que son siempre mucho más contundentes e irrebatibles.

No hace falta ser un fundamentalista o un fanático para que sus creencias determinen a alguien y rijan su existencia, y la del prójimo si puede. Increíble, desde luego, porque el acto de creer ni siquiera es voluntario, obedece a mil causas aleatorias, y se parece más a una función orgánica similar a segregar jugos gástricos. Yo sé lo que creo y lo que no, pero no me consta haber hecho nada para ello. Quizá el cerebro humano sea un órgano diseñado para creer, y a diferencia de los de otros animales menos evolucionados (irracionales, se dice), una vez se cree algo ninguna evidencia le persuadirá de lo contrario. De ahí que casi todas las desgracias y grandes calamidades humanas se deban a la abundancia de creyentes, y a las creencias delirantes (religiosas, políticas, acaso científicas) que profesan. Porque sí. A veces las cambian, pero por otras igualmente absurdas. De ahí que los escépticos, desde Pirrón de Elis y demás filósofos griegos a David Hume, mi escéptico favorito, hayan intentado corregir esta disfunción cerebral, y las nefastas consecuencias del verbo creer. Sin muchos resultados, pues otros filósofos les refutaron, ya por ser escépticos del escepticismo, ya en nombre de la paz de espíritu, que exige creencias como el cuerpo exige pan con tomate. O angulas, según se sea. Jamás razonen con nadie sus creencias. Es inútil.

Enlace de origen : El verbo creer