Mientras que el vocablo «caridad» ha caído en desuso, uno de sus antónimos, «edadismo» ha ido en aumento… El «edadismo» no es únicamente un conjunto de prejuicios contra las personas ancianas (juzgadas como molestas), sino una de las múltiples caras que el racismo puede mostrar. De hecho, ese odio hacia los miembros de la tercera o cuarta edad se manifiesta con algunos de sus mecanismos más característicos: exabruptos, menosprecios, indiferencias y, con mucha frecuencia, incluso, malos tratos psicológicos, esos que resultan tan difíciles de demostrar, denunciar y penalizar…
Cada día asistís a muestras de ese neo-nazismo: incordia la lentitud con la que un viejo sube los tres escalones de un autobús; la falta de audición o memoria de ese otro; la escasa higiene de un conocido porque para él (no lo sabéis) bañarse, amén de una auténtica heroicidad, supone un innegable peligro; la locuacidad de tantos ancianos solitarios cuando, de pronto, tienen con quien hablar, etc. Tal vez, en tales circunstancias, en el corazón negro de un observador hitleriano y «edadista», llegue incluso a medrar el deseo de que esos humanos incómodos la espichen de una puñetera vez… ¿Ejemplos? Los señalados y muchos más. Diariamente. ¡Observe! Pero, si se empecina, ahí van dos manifestaciones recientes por ti vividas…
A.- En una sucursal bancaria un octogenario entra cojeando. Porta en sus temblorosas manos una cartilla. La de toda la vida. Dos empleadas, sin pudor, ociosas, han estado hablando de sus aventuras eróticas del fin de semana. Una de ellas, al ver al anciano, comenta en voz que considera erróneamente inaudible: «Otro viejo con la cartilla de los c-jones». El viejo, que es cojo, pero no sordo, agacha la cabeza, como avergonzado. Nadie de los presentes hace nada. Y esa omisión engorda la impunidad con la que se mueve por el mundo tanto cabrón/cabrona…
B.- Sala de espera de un ambulatorio. Una mujer acompaña a su padre, de edad avanzada. La hija no le dirige la palabra. ¡Dónde esté tik-tok! Y cuando el padre le habla, ella le contesta con monosílabos. Durante esa espera, los maltratos son continuos y ejercidos sin vergüenza. Como dijo Espido Freire «existen muchos modos de matar a una persona y escapar sin culpa» Esa hija, amén de inhumana, probablemente será una inculta de narices. No habrá leído «El Criticón» de Gracián (especialmente el fragmento en el que habla sobre la sabiduría de la ancianidad), ni mucho menos la carta de San Pablo sobre la Caridad. Puede que la susodicha sufra de una metafórica fascitis plantar y solo vea en su padre una molesta piedra. Mañana (tan lejano y tan cercano) será ella el guijarro…
Aunque el edadismo tiene cura. La tiene cuando la casa del molesto anciano haya de mudarse en la guardería de sus nietos y los achaques no impidan que en esa casa, sí, reine el amor y la ternura. O cuando el hijo, ahora sin vivienda, vuelva a su habitación de adolescente, la que su madre conservó tal y como la dejó él en el ya lejano día de su partida y el hijo se sienta entonces mal, aunque no sepa el porqué… O cuando medie por medio una herencia… Sin embargo, esos placebos son meros paréntesis. Porque la sanación verdadera de tanto vomitivo prejuicio únicamente puede nacer de dos vocablos efectivamente en desuso: justicia o, mejor aún, caridad… ¿Para cuándo?
No todos los ancianos fueron santos, pero casi todos lo dieron todo por los suyos y por la sociedad en la que vivieron. Y no es de recibo darles la espalda en la hora de la fragilidad…