
La obsesión de la ultraderecha y la derecha, europea, norteamericana o catalana, con los extranjeros y emigrantes, a los que como palanca electoral califica de delincuentes y peligro para la humanidad, unida a la espantosa fatiga turística y el hacinamiento vacacional mallorquín, que hasta el Consell pretende paliar con una reducción del 4 por ciento de las plazas turísticas según he leído (más del 4 por ciento sería turismofobia), hace tiempo que han puesto a los extranjeros, siempre muy sospechosos de por sí, en el foco de la actualidad, a la altura nociva de la crisis climática, la guerra o la inteligencia artificial. De las siete plagas de Egipto revisadas y actualizadas. Cualquiera diría que se trata de una novedad, una calamidad sobrevenida. Y no, hay muchísima literatura sobre el tema del extranjero, ahora llamado inmigrante, y ello sin contar los relatos y pelis de extraterrestres, que esos sí que son unos extranjeros cien por cien, de pies a cabeza, suponiendo que tengan pies y cabezas. De hecho, el extranjero es un clásico de la narrativa de todos los tiempos, en todas partes, porque basta decir de alguien que no es de aquí, para que empiece a despertar recelos y alguna hostilidad. Suelen acabar mal.
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