El discurso de Alberto Núñez Feijóo en el Congreso de los Diputados el 12 de noviembre de 2025 no fue un debate más, ni una intervención más de la oposición. Fue una ruptura política y moral con años de contención, miedo escénico y cálculo permanente. Por fin, el líder del Partido Popular habló como muchos españoles deseaban: sin complejos, sin pedir permiso a quienes monopolizan el relato, y sin dejarse intimidar por la maquinaria mediática del sanchismo.
Durante mucho tiempo, buena parte del centro-derecha español ha actuado con una especie de pudor ideológico, temeroso de ser acusado de «ultraderecha» por decir lo obvio, o de pertenecer a la «fachosfera» por discrepar del pensamiento único. Feijóo ha comprendido que la batalla política actual no se libra solo en el Congreso, sino también en el terreno simbólico de las palabras y las etiquetas, donde la izquierda intenta imponer quién puede hablar, y sobre qué.
El líder del PP, con un discurso directo y sin adornos, rompió ese cerco. Cuando afirmó a Sánchez que «le da igual todo salvo una cosa: seguir en el poder», dijo en voz alta lo que millones de ciudadanos piensan desde hace tiempo. Su mensaje fue claro: este Gobierno no es ya una coalición, sino un proyecto personalista sostenido sobre la dependencia de quienes quieren fragmentar España o vaciarla de sentido institucional.
Feijóo no solo habló contra Sánchez; habló contra el sistema de alianzas que ha permitido al presidente mantenerse en la Moncloa a cualquier precio. Y ahí radica la verdadera carga de profundidad de su discurso. Porque no se trataba solo de criticar la gestión económica o la política exterior, sino de señalar algo más grave: la degradación moral e institucional del Estado, el precio que el sanchismo ha estado dispuesto a pagar para conservar el poder.
Los socios de Sánchez representan, cada uno, una forma distinta de erosión nacional. De Bildu a ERC, de Junts al PNV, el Gobierno se ha sostenido sobre una geometría variable del chantaje. Feijóo lo denunció con la claridad que faltaba: cuando el Ejecutivo acepta que el precio de una investidura sea blanquear a quienes jamás han condenado el terrorismo, o conceder privilegios judiciales a los fugados de la justicia, deja de representar al conjunto de los españoles.
El caso de Bildu es especialmente indignante. Que quienes todavía hoy homenajean a etarras en sus municipios sean socios tácitos del Gobierno es una afrenta a la memoria, a la justicia y a las víctimas del terrorismo. Sánchez podrá disfrazarlo de pragmatismo, pero lo cierto es que ha normalizado lo que durante décadas se consideró inaceptable en democracia. Y Feijóo, al mirarle a la cara en el Congreso y recordarle que «no cuente conmigo, ni para esto, ni para nada», estableció una línea moral que no debería haberse cruzado nunca.
Otro de los momentos simbólicos del discurso fue la alusión implícita al papel de ERC y de su portavoz, Gabriel Rufián. Feijóo sabe que detrás de su sarcasmo permanente hay una verdad incómoda: la política española lleva años rehén de un puñado de diputados que desprecian el propio Estado del que viven. Mientras Sánchez les concede amnistías, privilegios y reformas a medida, el resto de los españoles asisten atónitos a cómo se negocia la igualdad ante la ley como si fuera una mercancía.
Feijóo, con su tono gallego contenido pero firme, desmontó esa farsa. Y lo hizo sin necesidad de elevar la voz ni recurrir al insulto. Simplemente señaló el absurdo: que un presidente del Gobierno entregue los pilares del país —la justicia, la educación, la lengua y la memoria— a quienes lo único que desean es romperlo desde dentro.
No escapó tampoco a su crítica el nacionalismo vasco del PNV, siempre envuelto en un manto de moderación que, sin embargo, oculta una lógica de constante mercadeo político. Feijóo lo sabe bien: los del PNV han hecho de su voto en Madrid un negocio recurrente. Ni ideología ni principios, sino pura transacción. «Un país no se detiene de repente, se degrada poco a poco», dijo Feijóo. Y una parte de esa degradación proviene precisamente de este tipo de políticas clientelares que anteponen los intereses territoriales a los nacionales.
También tuvo tiempo Feijóo de subrayar, aunque sin mencionarlos uno a uno, el agotamiento del espacio a la izquierda del PSOE. La división entre Podemos y Sumar, los personalismos, las luchas internas y la radicalización del discurso social han dejado un vacío político cubierto solo por la propaganda. Lo que antes se presentaba como una «nueva política» se ha convertido en un mosaico de intereses particulares, desconectado de la realidad de las familias que no llegan a fin de mes.
Para mí, uno de los momentos más interesantes del discurso de Feijóo fue cuando planteó una alternativa de gobierno: la de un país donde las prioridades vuelvan a ser el empleo, la vivienda, la unidad institucional y el respeto a la ley. Y lo hizo con una frase que quedará como resumen de su intervención: «De todo lo que ha robado este Gobierno, lo más difícil de recuperar es el futuro de millones de españoles».
En definitiva, la verdadera novedad del discurso de Feijóo fue que no pidió perdón por ser oposición. Habló sin miedo a las etiquetas, sin la necesidad de demostrar que es «moderado» a los ojos de quienes nunca reconocerán su legitimidad. Lo hizo desde la convicción de que la defensa de la Constitución, de la ley y de la libertad no pertenece a ninguna ideología, sino a la esencia misma de la democracia.
Por eso, cuando las terminales mediáticas del sanchismo intenten reducir sus palabras a un «giro a la derecha», se equivocarán. Lo que vimos fue justo lo contrario: la recuperación del sentido común, de la responsabilidad y de la dignidad política.