Gerardo, hoy Sr. obispo

Teníamos… ¿quince años? Estábamos sentados en el patio del Instituto de Mahón. Entonces me dijiste que querías ser sacerdote. Otros apostaban por convertirse en ingenieros.

Hemos compartido niñez, adolescencia, dioramas y cierta valentía porque ser creyentes, Sr. obispo de Menorca, no se lleva y suscita un odio irracional, visceral, que duele, que duele mucho.
Compartimos, igualmente, bachillerato superior de letras, COU, un viaje de estudios a Italia, una habitación en una pensión, una pobreza, y fuimos estudiantes que, rara vez, podían asumir el coste de un menú en «Celler Sa Premsa».

La amistad no fue una amistad. Fue, y sigue siendo, una amistad en mayúsculas. En cierta etapa de mi vida, terrible, me ayudaste. En silencio. Como ha de ejercerse la caridad. Puede que siga vivo gracias a ese socorro. Ahora sé que estoy en buenas manos.

Cuando tuve la certeza de tu elección episcopal -¿se dirá así?- reviví mi vida. Dicen que, antes de morir, uno ve rapidísimamente su existencia. La vi. Vi a mis padres, a los tuyos, a los que hoy verán que, a la postre, tenemos a un buen pastor. En Lluís i N’Antònia y Marta y toda mi familia, te quisieron a rabiar, como yo quise a la tuya. Y vi a esas compañeras de curso que, de jovencitos, nos hacían «tilín», enamorados, torpes, tan torpes que, para salir con ellas, era preciso, previamente, ir a una cafetería para ver un episodio de «Heidi» en un color impensable, rebuscando en los pantalones para saber si podíamos pagar ese cafetito que olía a gloria. O «Eurovisión».

Eres una persona intelectualmente impecable, trabajadora, tolerante hasta límites insospechados, en donde la visceralidad no anida, repleta de bondad y empatía. Y, cuando te conozcan percibirán tu asombroso sentido del humor.

Y eres un hombre de fe. Cursaste Magisterio en Palma. Accediste al funcionariado automático por la brillantez de tus calificaciones. Ejerciste de maestro. Vida asegurada. E -itero, sí, la conjunción- de repente, no sé por qué, o sí, quizás porque emergió de nuevo ese adolescente de quince años que tenía claro ser sacerdote, lo dejaste todo, cogiste un «Seat 600» verde oscuro de segunda o tercera mano y, en circunstancias terriblemente adversas, te dirigiste hacia un seminario… ¡Hay que tener coraje y unas convicciones profundamente arraigadas, para dejar un magisterio, una zona de confort, o una barca! ¡Ser pescadores de hombres! ¡Dejaste, efectivamente, sin rogar explicaciones, tu «llaüt»!

En mi nombre, en el de mis padres y en el de los tuyos, de verdad, ¡enhorabuena! ¡Qué hermoso es contar en Menorca con un pastor así! Diste clase. ¿Cuarenta alumnos? Hemos sido, gracias a tu «Seat 600», y a tu salto al vacío, multitud. ¡Gerardo! ¡Hoy señor obispo de Menorca! Chapeau! Hoy Dios ha escrito recto en reglones igualmente rectos.

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