Guido Gay (Pinerolo, Turín, 1939) es un ejemplar único. Investigador, ingeniero, explorador e inventor, a sus 86 años de edad este piamontés que tiene en el mar su hábitat natural y al que une un fuerte vínculo con Menorca, sigue estudiando con admirable vitalidad las profundidades marinas sin olvidar la Isla, en la que ha estado durante unos días de este mes de abril para su enésima presencia cuando ha discurrido ya más de medio siglo de su primera visita.
Su hallazgo del pecio del «Roma» al norte de la costa de Cerdeña en 2012, un acorazado botado en 1942 que sirvió en la Regia Marina italiana durante la II Guerra Mundial hasta su hundimiento tras ser bombardeado por la Luftwaffe alemana en septiembre de 1943, y barco de intransferible vínculo para con Menorca, pues acogió el medio millar de náufragos que ocasionó aquella tragedia, le relacionó para siempre con nuestra historia, como por supuesto a la cronología de la Illa del Rei. De hecho, aprovechando nuestra conversación, no duda en alabar la labor que en ella se desarrolla desde hace más de un decenio.
El «Daedalus», catamarán y pieza que es motivo de «orgullo» para Guido Gay y donde pasa la mitad de su vida.
«Tras el descubrimiento del «Roma», supe que Mario Cappa, al que conocí en 2013, había creado un museo en Maó. Hoy, doce años después, la Illa del Rei está totalmente restaurada y es un sitio magnífico que atrae numerosos turistas a la Isla; y el antiguo hospital es un gran Museo», revisa Guido Gay, que de inmediato personifica sus loas y agradecimiento en personalidades como José Muñoz, el general Luis Alejandre o la Doctora Romina Viggiano, quien «asegura la continuidad del trabajo de Mario (Cappa)», cita, sin omitir su «admiración» por el grupo de voluntarios que han llevado a cabo las restauraciones de que hace gala dicho museo.
En términos de presente, sus planes para este 2025, a bordo de su catamarán «Daedalus», restaurado por él mismo, del que está «orgulloso», donde pasa «media vida» y con el que en su día dio la vuelta al mundo, que prolongó cinco años siguiendo la ruta de los vientos alisios, y provisto de su inseparable ROV Pluto, vehículo submarino con una sonda de 300 metros, incluyen elaborar unos «vídeos documentales en Porto Ercole junto a un grupo de buceadores técnicos», exploraciones biológicas en el cañón de Caprera, «donde las ballenas parecen reunirse», y «colocaremos para la Universidad de Génova cámaras automáticas en dos sitios de corales blancos a 500 metros de profundidad».
Algunas de las ‘joyas’ encontradas en el fondo del mar.
Explorar
Explorar para el centro de investigación geológica del INGV «los volcanes antiguos en el área de Scoglio d’Africa, al norte del mar Tirreno», prosigue Guido, es otro de los proyectos para este curso de quien fundamentalmente opera «en lo más profundo» del mar.
«Nuestra especialidad es llegar a ver lo que se esconde allí donde nadie ha estado antes», recalca.
«La zona que más frecuentamos es el sur de La Spezia, nuestro puerto base, y una zona profunda, desconocida, muy rica en restos de naufragios, antiguos y modernos». No en vano, allí se descubrió el «Roma», amén de otros «40 pecios romanos antiguos».
El invierno lo destinó a navegar «por las antiguas rutas desde Roma hasta la Bética en Iberia», donde dio con un «cuadragésimo quinto pecio romano, cerca de Antibes», en la Costa Azul, lo que antecedió su reciente visita a Maó.
Sobre cuál es la fórmula para, siendo un octogenario de largo todavía poder surcar los mares, Guido dice que «sobre todo, se lo debo a mis padres», además de saber optimizar «el increíble progreso científico y técnico en medicina y fármacos: trato de investigar y de no perder el tiempo. El límite no depende de la edad, sino de la mengua de la integridad física».
Conoce la Isla desde el 73, entusiasta de su familia y de la ciencia… y seguidor del Torino
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