Leo en «Es Diari» del 25 de Julio: «El desplome del gasto de los turistas golpea a los restaurantes en pleno apogeo de la temporada». Continúa el reportaje, textualmente, «julio está siendo muy flojo, el sector apunta al ‘todo incluido’ y el cambio del perfil mayoritario de visitantes. Vienen sin dinero».
Los adjetivos, las causas que se aducen se repiten «caída sustancial de la cuenta media». «Supermercados llenos, un síntoma del aumento del turismo low cost». Hasta aquí los titulares.
La pregunta que podríamos formularnos, como cada año, es si se trata, una vez más, de una exageración, de las que nos tienen acostumbrados, pro domo sua.
Pero si continuamos leyendo opiniones más académicas, como las del IME (Institut Menorquí d´Estudis), o simplemente observamos sin filtros la realidad, nos tenemos que inclinar por aceptar que, esta vez sí, va de verdad que la llamada «gallina de los huevos de oro» está colapsando. Que el modelo turístico no depende tanto del ciclo económico sino que no da más de sí, que ha llegado a su límite, y que hay que ser valientes y afrontarlo sin miedos y medias verdades.
Se puede leer a un profesor universitario que, textualmente, dice que hay que «posar fre a les entrades indiscriminades de passatgers i vehicles per part de companyies privades de fora desenfrenades i dificultar l’evolució del mercat desfermat».
Aquí ya no se trata de poner paños calientes. Prohibir las cantidades (viajeros y vehículos) no se había llegado a explicitar con tanta contundencia; hasta ahora se venía hablando de graduar, de utilizar tasas y precios, para dejar que el mercado se fuera acoplando. Se trata, pues, de un cambio de dimensión importante.
La sensación de saturación, para este nuevo tipo de turismo, se troca en realidad efectiva y las soluciones que se aportan son, hasta ahora, inéditas. Además atentan a un principio generalmente aceptado de, llamémosle, libertad de empresa. Aquella realidad que no tiene en cuenta costes colaterales de alcance público (consumo de agua, subvencionada, insatisfacción generalizada por la falta de vivienda asequible, incomodidades sociales e incapacidad pública para atender la demanda concentrada).
Ahora estos costes implícitos afloran con rotundidad. Y es por estas circunstancias que nos adentramos en otra dimensión, que los políticos han ido soslayando, porque la magnitud los desborda.
El IME en su reunión anual de verano reunió a profesionales, profesores y empresarios para intentar dar un toque de atención sobre la situación actual del modelo de desarrollo menorquín. Con la intención de poner al día el espíritu empresarial tradicional de la economía de la Isla.
En un magnífico resumen, el economista Joan Sánchez saca a relucir los déficits del modelo actual. Habla de la necesidad de un nuevo tipo de industria, hibridada, conectada con la ciencia, la sostenibilidad y poniendo especial énfasis en la necesidad de nuevos liderazgos empresariales, nuevas vocaciones, colaborativo (no tan individualista), con marca propia. Es una impugnación en toda regla al turismo intensivo y casi nunca fuente de extracción de valor colectivo.
Hace una llamada a la «sociedad civil» para que sea protagonista de este nuevo momento. La puesta en marcha de un Cluster de nueva creación es un buen ejemplo.
El momento es propicio. Tenemos bastante definida la diagnosis. No tenemos instrumentos, por supuesto, pero lo crucial es darnos un ‘gobierno de lo civil’ que sea impulsor de ideas y proyectos.
Que dinamice la sociedad, que incorpore nuevos titulados (que los pague bien), que cree una base de datos para tomar decisiones, que sugiera soluciones… Que piense en el futuro. (Discutiendo de la variante de Rafal Rubí no es lo más productivo que podemos hacer).
En estos términos debería manifestarse una sociedad creativa. Todavía gozamos de genes.