Locura

Lo del mercado inmobiliario en Palma nos tiene a todos turulatos. Hace unos días, volviendo a casa desde Jaume III, vi que en un piso del barrio -una finca muy maja- colgaba el cartel de «se vende» en el balcón. Curiosa, busqué la inmobiliaria en el móvil para consultar. No pude evitar echarme a reír en plena calle, como una loca, porque la casa se vende por un millón cien mil. Es un piso enorme, eso sí, con plaza de párking, que eso en esta zona, vale oro. Pero qué quieres que te diga. Está anclado en los años ochenta, pide a gritos una reforma completa y con ese tamaño te puede costar una fortuna. Si es que tienes suerte y encuentras obreros dispuestos a hacerla, que tampoco abundan. El metro cuadrado supera los seis mil euros y su única salida a la calle es un balconcito triangular. Por desgracia, tengo un sentido innato que me hace ponderar el valor de las cosas. Y, de inmediato, si ese valor va parejo al precio. En este caso -y me temo que prácticamente en toda la oferta inmobiliaria palmesana- no vale lo que cuesta. Es indudable que Mallorca, y Palma, ofrecen cosas de enorme valor. La primera el mar, la segunda la luz, la tercera la historia.

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Este piso no disfruta de ninguna de ellas. Simplemente, es grande -demasiado para las familias actuales- y está bien situado. Esto podría llevarle a los cuatro mil por metro cuadrado, algo menos si tenemos en cuenta que requiere de una reforma casi integral. Un millón y pico son palabras mayores. Más en una economía precaria como la que domina esta tierra. Quizá se venda, seguramente con una rebaja notable, pero créame que si alguien paga ese dineral está haciendo un mal negocio. No lo vale y solo servirá para inflar un poquito más la burbuja.

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