El Govern entiende que el puerto antiguo «está ya en su punto óptimo», con una mayor vocación turística y de uso náutico que cuando los ferris aún atracaban dentro. La reordenación que se llevó a cabo tras la puesta en marcha del dique ha surtido efecto, según el director de Ports, Antoni Mercant, pero aún quedan actuaciones por acometer en Baixamar.
La más inminente es la reparación del puente de la colársega. Unas obras que se han iniciado esta misma semana y se prolongarán a lo largo de toda la temporada baja, tratando de «afectar lo menos posible a los usuarios», que deberán desplazarse fuera de Ciutadella para sacar sus barcas al mar.
Renovada la concesión del varadero con mayores prestaciones que el anterior contrato, y cedida la antigua terminal portuaria para reconvertirla en Escuela de Hostelería, Ports plantea ahora atender la demanda del Ayuntamiento para instalar ascensores que mejoren la accesibilidad para las personas con dificultades de movilidad, sobre todo los cerca de 2.000 vecinos que residen en Sa Quintana y los barrios del otro lado del puerto.
También cabe seguir reduciendo la lista de espera de amarre, que es mayor que cuando se reordenó el interior. Actualmente es de 926 personas, más del doble que los 425 atraques existentes (la mitad de gestión directa y el resto, explotados por el Club Nàutic). A las 436 peticiones que acumula el Nàutic se le añaden las 490 de los amarres de gestión directa de Ports.
El presidente de la asociación de restauradores de CAEB, José Bosch, cree que el dique ha acentuado la vocación turística del puerto antiguo. «Lo que marca la pauta en Baixamar es el turismo, no el tráfico de pasajeros», apunta. Por eso, la salida del tráfico marítimo regular «afectó más a los bares que a los restaurantes», que han mantenido e incluso incrementado su atractivo. Pese a ello, Bosch lamenta que la decisión municipal de cerrar las cuevas bajo la muralla que daban sustento a dos restaurantes con grandes terrazas «haya dejado una zona vacía que, siete años después, aún sigue sin tener vida. Esta ruptura de la oferta de restauración ha dividido el puerto y ha perjudicado al sector».
Para el presidente del Club Nàutic, Juanmi Llompart, casi todo son ventajas. «El puerto antiguo ha ganado mucho en tranquilidad, ocio, espacio y seguridad náutica», recalca. «Se han suprimido los camiones, el ruido y el peligro que entrañaban los grandes ferris, se ha recuperado el carácter de paseo marítimo y zona de restauración de Baixamar y se ha conseguido que el muelle sea ahora más para las personas que para el tráfico rodado», resume. En sintonía con todo ello, también en el agua se ha podido dar prioridad a los barcos de recreo y a los pescadores, que pueden desarrollar su actividad sin la amenaza latente de los grandes buques de línea regular.
Los pescadores han perdido el 20 por ciento de su flota y cierto peso en el puerto antiguo, una circunstancia que el presidente de la cofradía, Xavi Marquès, atribuye a la creciente vocación turística que ha adquirido Baixamar. «Sí que tenemos nuestro espacio para poder tender las redes, pero es muy reducido. A veces parece que molestemos», se queja.
Sacar el tráfico regular fuera del puerto también les ha restringido las zonas de calado, que ahora deben estar más alejadas de la bahía. Además, avisa Marquès, aun cuando se ha reordenado el interior y la convivencia entre usos no genera conflictos, el puerto antiguo sigue estando expuesto a las rissagues. «Y la próxima puede tener aún efectos más devastadores que la última», alerta. «Un temporal de llebeig ya causó desperfectos en las pasarelas a los pocos meses de instalarse y, sobre todo las ubicadas frente al Tritón y el Ayuntamiento parecen poco estables».
La anterior reordenación se remonta a casi un siglo atrás