Consuelo, Karilenia, Catalina, Alicia, Rita, Mirentxu, Joyco, María Dolores, Noemí , Lorena… hermanas, madres, abuelas, compañeras, amigas; no son números, tienen nombre y apellidos y han sido asesinadas por hombres. En lo que llevamos de año ya son quince homicidios perpetrados por parejas o exparejas, todos ellos varones. Es obvio que todos no somos asesinos, pero a los datos me remito, cada una de las víctimas de violencia machista lo son de manos de un hombre. Desde el año 2010, que empezaron a documentar en Geofeminicidio los feminicidios en España, se han registrado 1587.
Pocas cosas que celebrar, el 8M no es una fiesta, a las calles salen todas las mujeres que aun logran hacerlo; hay muchas que ya no pueden o que carecen de ese derecho y no están lejos, ni de usted ni de mí.
Hace algunas ediciones, unas muy jóvenes manifestantes lucían en su pancarta «visto lo visto agradeced que pidamos igualdad y no venganza» y la verdad es que nuestras compañeras se merecen un resarcimiento.
Como resultado de una encuesta nacional, según un estudio de la Universidad Complutense de Madrid, el 44% de las mujeres ha sufrido alguna clase de agresión sexual y en más de una ocasión muchas de ellas. Casi una de cada dos; de hecho, todos conocemos a una víctima de abuso, pero, sorprendentemente, nadie conoce a un abusador; parece difícil con las estadísticas en la mano. Tengo una mala noticia, si usted es hombre, igual que un servidor, es muy probable que seamos abusadores. Por nuestra parte, estamos obligados a hacer una profunda reflexión y empezar a actuar; empezando por no consentir ningún ataque en nuestro entorno.
El movimiento feminista no es una madre; no deberíamos esperar que bajo su amparo entrarán todo tipo de reivindicaciones; seguro que esas también son justas y necesarias; pero aquí bien vale aquello de que cada palo aguante su vela.
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