Entre los diversos eslóganes que nos legó aquel simpático mes de mayo del 68, destaca por su contundencia y concisión el de «Prohibido prohibir». Es, sin duda, brillante. Con dos palabras (de acuerdo, casi una) establece todo un manual progresista de cómo enfrentar los problemas comunes evitando la solución más fácil y cómoda para las autoridades, la de no dejar hacer.
Como sus parientes inmediatos, el «Sed realistas, pedid lo imposible» o «La imaginación al poder», tuvo un período de gloria que marcó a toda una generación con nuevas pautas sobre las formas y los fondos del arte de la gobernabilidad. No sólo facilitó la desaparición de los gobernantes momificados que en nuestra infancia parecían inamovibles e inevitables, también sirvió para establecer nuevos rumbos al ejercicio del poder.
Pero, el ejercicio del poder es muy pillo; después de asumir e interiorizar a lo largo de los años todas estas consignas, pasó a su apropiación y ejercicio con completo desprecio por la sociedad que las había pintado en las paredes y coreado en los actos públicos. El realismo de lo imposible o la imaginación poderosa se convirtieron en sus manos en herramientas obedientes para la detección, imposición y complicación de problemas irresolubles. El pobre «Prohibido prohibir» simplemente se arrumbó en el fondo del baúl de los trastos inútiles.
Todos los problemas que compartimos como sociedad pueden ser afrontados por dos vías. Una es la de prohibir a unos o a otros el ejercicio de algún derecho o actividad, bien directamente, bien complicando burocráticamente su posible realización. La otra, sin duda más laboriosa y exigente, consiste en tratar de encontrar acuerdos y concordia entre las partes, encontrar soluciones técnicas a los desafíos que los problemas supongan y llevar a cabo las investigaciones, obras y trabajos que permitan su solución.
La autoridad que nos imponemos en Baleares parece pretender vivir y dejar vivir del mero hecho de regular, con cuestiones más o menos reales o imaginarias, los intercambios entre una mano de obra emigrada y unos visitantes de indispensable altísimo poder adquisitivo. Lógicamente, evita la vía de la imaginación y el trabajo -que la una es ardua y el otro penoso- y opta por la restrictiva y extractiva que resulta, a la par, tan hacedera como beneficiosa. ¡En lugar de construir y renovar nuestras vías de comunicación, restrinjamos el acceso de vehículos! ¡En lugar de construir nuevas e indispensables viviendas, protejamos la flora de los solares urbanos! ¡En lugar de facilitar la fluidez del tráfico y facilitar aparcamientos, añadamos prohibiciones! ¡En lugar de proveernos con nuevas energías, limitemos su instalación! ¡En lugar de tratar de convivir con nuestros visitantes y sobrellevar y mejorar un período vacacional ineludible, salgamos a manifestarnos contra los turistas!
Bajo estas consignas, sin duda menos evocadoras que las del 68, y bajo gobiernos de uno y otro signo, que en realidad se pasan la pelota, estamos consiguiendo una realidad mucho más regulada, restrictiva, antipática y gravosa para los ciudadanos. No (y eso lo notamos todos en el día a día) mejor.