Quiero ser un Backstreet Boy

Vale, lo reconozco. El asunto se está empezando a poner complicado. He cruzado la barrera de los 40 años en un momento existencial fantástico. Tengo todo lo que quiero y quiero todo lo que tengo, pero todavía me falta un último objetivo por conseguir. Desde que aparecieron en mi vida, siempre he querido ser un Backstreet Boy. Y, para rizar el rizo, tener una novia Spice Girl.

Ya, a estas alturas, si no has dejado de leer estas líneas, te estarás partiendo de risa pensando que una de las últimas cosas que te faltaba es verme con un peinado fashion, un estilazo futurista, cara de malote -eso sí lo tenía- y un micro para cantar temazos como si no hubiese un mañana. Bueno, vale, el micro lo acostumbro a tener en los eventos en los que suelo trabajar y hay quien, incluso, dice que no lo hago tan mal y me siguen contratando. Pero lo otro… todavía estoy a años luz.

Si me preguntas a qué se debe esa fijación, es sencillo. Ponte en mi lugar. Un niño de unos 10 años, empezando a descubrir la vida (no es que tampoco haya avanzado tanto en mis descubrimientos superando la cuarentena, pero bueno), escuchando unas melodías pegadizas, unas letras que obviamente no entendía pero que enganchaban, con la cara rajada y un soberano complejo de que las niñas de clase nunca me iban a hacer caso. Y los veía a ellos, cuyas caras forraban las agendas de esas niñas por las que yo suspiraba, que copaban todas las revistas del momento y que tenían más éxito que elrincondelvago.com.

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Pues eso, el niño acomplejado por dentro pero forzosamente extravagante por fuera para tapar inseguridades, soñaba frente al espejo con emular algunas de esas coreografías tan chulas y ser el rey del corral. ¿Y qué pasó?

Que me despisté, supongo. Que no le puse todas las ganas que hacían falta, imagino, y que no tenía voz ni para provocar una tormenta en el desierto con lo mal que cantaba. El complejo se me perdió, o lo dejé olvidado en algún lugar, porque la cara la sigo teniendo rajada, pero lo he aprovechado como imagen de marca. Las niñas de la clase, que tampoco llegaron a ser Spice Girls, se encariñaron con otros, y otras se encariñaron conmigo y yo con ellas, claro. Y, aunque no lo creas, los Backstreet Boys pasaron de moda, porque todo lo que brilla mucho de repente, se acaba apagando más pronto que tarde.

Supongo que yo siempre fui de brillar menos, de brillar más discreto. Y aunque eso no da tanto el cante, sí que a la larga acaba sirviendo para mucho. Puede que no haya ganado millones de euros, pero tengo millones de cosas que jamás habría ni imaginado. Si miro a mi alrededor, me considero mucho más rico que un Backstreet Boy. En muchos sentidos, hasta el punto que quizás haya algún Backstreet Boy que en realidad quiera ser un Dino Gelabert    Petrus. Aunque te cueste creer.

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