Vamos mal

Creíamos que el panorama político español no podía ser más deprimente. Pero sí, la realidad se empeña en superar a la ficción. A la izquierda del PSOE, aquella algarabía ilusionante que surgió del 15-M -ya han pasado más de catorce años- se ha quedado en un grupúsculo de personajes que chillan más que hablan y que presentan propuestas dignas de un parvulario. Lejos, lejísimos de los problemas reales de la ciudadanía, y naturalmente incapaces de aportar ninguna solución viable, se dedican obcecadamente a desviar la atención hacia asuntos que no nos afectan de ningún modo, desde la tragedia de Gaza hasta el racismo de Trump o el supuesto cambio climático. A la derecha, canta flamenco que el líder conservador actual, Alberto Núñez Feijóo, sufre un verdadero ataque de ansiedad diario por no poder auparse todavía al poder, con lo bien que estaba él en su Galicia rural mandando como un reyezuelo. Más a la derecha, resulta que los ultras ahora consideran que Santiago Abascal y sus secuaces se han convertido en aguachirri, que no dan la talla en cuanto a extremismo. La verdad es que, cuando surgió Vox, hice un repaso comparativo a los programas electorales y el suyo era prácticamente un calco del desaparecido Ciudadanos, añadiéndole el conveniente barniz españolísimo de mantillas, toreros, la cabra de la Legión y la enseña nacional, faltaría más. Por eso, aún más a la derecha de los ultras ha surgido otro movimiento ya directamente nazi. Dicen prosperar al margen de las siglas porque solo tienen una consigna: recuperar nuestras calles. Es decir, borrar del mapa a cuanto inmigrante o sin techo haya en ellas y glorificar la raza aria, la religión cristiana y la familia tradicional. Pobre España.

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